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domingo, 30 de octubre de 2022

Beatas Carmelitas descalzas mártires de Guadalajara







Fachada e interior de la nave de la iglesia conventual del Monasterio de san José de las Carmelitas descalzas de Guadalajara.


Beata Mª Pilar de san Francisco de Borja



Nacida en Tarazona (Zaragoza) el 30 de diciembre de 1877, en el hogar formado por Gabino Martínez y Luisa García, siendo la menor de once hermanos; de los cuales ocho murieron de corta edad. Su nombre de bautismo fue Jacoba Martínez García. Los tres hermanos que supervivieron se consagraron al Señor: Julián como sacerdote y Severiana que le precedió en el Carmelo de San José de Guadalajara.

De carácter alegre y sociable, era apreciada de todos, lo que hacía decir a su padre: “No sé lo que tiene esta hija que por todas partes la oigo nombrar”. “Claro – replicaba ella -, como no hay otra Jacoba en el pueblo, por poco que me nombren llama la atención. Si me hubieran puesto María… no sabrían cuando me llaman a mí”. “No hija –decía él- es que tú, te metes en todas partes”.

Cuando contaba 15 años, vio como su hermana entraba carmelita descalza, cambiando su nombre por el de María Araceli del Santísimo Sacramento. Muy lejos estaba ella de seguir su ejemplo: Si le preguntaban si quería ser monja, contestaba con un rotundo “NO”.

Su madre le insinuaba: “contesta hija: “lo que Dios quiera””.
“ Madre, ¿cómo voy a decir “lo que Dios quiera” si yo no quiero ser monja?”
“¿Y si Dios quiere que lo seas?”
“Si yo no quiero ser, ¿cómo lo va a querer Dios? Vaya, madre, que yo no quiero ser monja”.

Pero su madre callaba y olvidada de sí, pedía a Dios para su benjamina la gracia de la vocación religiosa.

En junio de 1894 profesó su hermana Severiana; asistían todos. Fue entonces cuando Jacoba, comenzó a hacer serias reflexiones y a oír la voz de Dios.

Pasó algún tiempo, maduró la gracia en su corazón y… comunicó a sus padres y hermano su determinación de consagrarse al Señor en el mismo convento que su hermana. Pero la que antes “no quería ser monja” hubo de esperar cuatro años para poder realizar su gran anhelo por no haber plaza vacante.

Por fin el 12 de octubre de 1898, a los veinte años entraba en el palomar de la Virgen, tomando el nombre de Jacoba María Pilar de San Francisco de Borja.

Profesó el 15 de octubre de 1899, viviendo su entrega con gran fidelidad, volando siempre más alto, hasta dar como dice San Juan de la Cruz “ a la caza alcance”.


Bordaba primorosamente. En el oficio de sacristana, volcaba su amor a Dios en preciosos encajes, que no ahorrando sacrificios, ha dejado para adorno de la iglesia y ejemplo de laboriosidad. “Esto para El Vivo” como ella llamaba al Santísimo Sacramento, con su corazón enamorado.

Destacó mucho por su gran recogimiento en la celda, para gozar en silencio de su trato asiduo y amoroso con Dios. Con frecuencia decía: “Si cien veces naciera, otras tantas sería carmelita descalza y siempre en este convento de San José de Guadalajara.

Beata Teresa del Niño Jesús y de san Juan de la Cruz



Nacida en Mochales (Guadalajara) el 5 de marzo de 1909. Se llamó en su bautismo Eusebia García García y sus padres Juan y Eulalia. Fue la segunda de ocho hermanos.

Desde los seis años, vivió largas temporadas con su tío sacerdote D. Florentino, que en 1936 también derramó su sangre por Cristo Rey, en Sigüenza (Guadalajara).

A los nueve años hizo dos votos: de castidad y esclavitud mariana, lo que nos muestra su vida de piedad.

En 1918 ingresó como alumna interna en el colegio de las Religiosas Ursulinas. Leyendo la biografía de Santa Teresa del Niño Jesús “Historia de un alma”, se sintió claramente llamada al claustro carmelitano, inclinándose desde el primer momento hacia el Carmelo de San José de Guadalajara. Tuvo que esperar un poco de tiempo, que aprovechó para perfeccionarse en el estudio de la música y en ir adiestrándose en una vida de penitencia.

Se fijó la entrada en el Monasterio para el 2 de mayo de 1925, cuando contaba 16 años. Día de gran sacrificio para todos: una paloma volaba al palomar y hasta su hermanito Gaudencio, desde su cuna, le alzaba los brazos como queriendo retenerla.

Atravesada la puerta de clausura, la nueva postulante se sintió plenamente feliz, todo le encantaba: su celda, los claustros, la vida de comunidad… su deseado nombre de Teresa del Niño Jesús, al que más tarde añadió: y de San Juan de la Cruz.

Desde su entrada ejerció el oficio de organista, estrenándose con motivo de la canonización de Santa Teresita (25 de mayo de 1925).

El 6 de marzo de 1930 pronunció sus votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia. Poniéndose a trabajar con ahínco en su santificación y hacer que toda su vida religiosa resplandeciera por su amor, fidelidad y abandono a la voluntad de Dios. Ya era “toda de Jesús y Jesús de Teresa”.

En carta a una amiga religiosa escribía: “Lo único que tengo son deseos, pero deseos grandísimos de ser santa, de ser toda de Jesús… de pagarle amor por amor”.

De temperamento fuerte, nunca se rindió en la pelea contra sí misma; se la oía afirmar: “no me desaniman mis defectos, al contrario, pues así tengo más ocasiones de merecer luchando contra ellos y harán un día resplandecer en mí la infinita misericordia de Dios”. “No me gustan las vidas de los santos en las que sólo hablan de sus virtudes, ocultando sus faltas y combates. Cuando yo muera, no oculten mis defectos para que brille más la misericordia de Jesús para conmigo”.



Alma profundamente eucarística y misionera, pasaba largas horas ante el sagrario tomando “baños de Sol”, pidiendo por la santificación de los sacerdotes y la salvación de las almas.

Sus principales virtudes se pueden resumir: Espíritu de trabajo, mortificación y servicialidad; sobrenaturalizándolo todo y elevando su pensamiento a Dios.

“Al exterior como todas, al interior como ninguna” repetía con frecuencia.

Beata Mª Ángeles de san José



Marciana Valtierra Tordesillas, nacida en Getafe (Madrid) el 6 de marzo de 1905, hija de Manuel y Lorenza, es la última de once hermanos, seis de los cuales murieron siendo muy niños. De carácter manso y tranquilo, nada le hacía llorar, aunque le provocaran sus hermanitos.

Cuando contaba tres años de edad, murió su madre. A los doce años escribía a su hermana religiosa: “Cuando perdí a mamá, como era tan pequeña, no me di cuenta de lo que perdía; ahora me acuerdo mucho de ella. ¡Cuánta falta me hace! Pero la Santísima Virgen hace sus veces, pues me he encomendado a Ella y la he tomado por madre.

La caridad en palabras y obras fue su virtud más sobresaliente; ya desde su juventud se desvivía por los pobres a los que ayudaba en todas sus necesidades. En sus conversaciones no faltaba NUNCA al buen nombre de todos. Si veía que los comentarios con sus amigas se desviaban en alguna crítica o murmuración, que no podía impedir, se levantaba silenciosamente y se retiraba del grupo. Este buen ejemplo fue su distintivo durante toda su vida.

La Eucaristía diaria, rezo del rosario, frecuencia de sacramentos, larga horas de oración ante el sagrario, eran el alimento diario de su espíritu, de ahí que después jamás se buscaba en nada y era alegre y amable para los demás; hasta el punto que una de sus amigas decía: “Si vivimos mucho, veremos a Marciana en los altares”.

Ayudó al P. Juan Vicente O.C.D. (también en proceso de canonización) en la propagación de la revista “La Obra Máxima” y en cuantos proyectos el Padre proponía para extender el Reino de Cristo.

El cuidado de su padre y de dos tías, una de ellas paralítica, retrasaron su entrada en el claustro. Era un sacrificio íntimo, pero lo sufría con paz, viendo en ello la voluntad de Dios. Por fin el 14 de julio de 1929 con la sonrisa en los labios, disimulando su dolor ante la pena de sus seres queridos, dejaba casa, padre y hermanos y recibía el ciento por uno entrando en el Carmelo de San José de Guadalajara. Era feliz “sola con Dios solo”, en el puerto tan deseado. Desde ahora se llamaría María Ángeles de San José.

Se esmeró mucho en el recogimiento, silencio y mortificación, pero destacó en las virtudes de humildad y caridad. Huía de sobresalir en algo, se consideraba la menor de todas, se humillaba siempre. Vivía abandonada en Dios como un niño, pero poniendo de su parte la fidelidad más exquisita y dispuesta a prestarse a sus hermanas, dándoles su tiempo, sus cuidados… “DARSE”. Escribía a su hermana Concepcionista: ¡Qué dicha tan grande ser carmelita! Por más que lo pienses no te lo puedes figurar…

Su ardiente celo misionero la llevaba a ofrecer todo por la salvación de las almas. Se ofreció para ir a un Carmelo en Misiones… Alma eminentemente apostólica, deseaba que Dios fuera conocido y amado de todos.

Uno de sus confesores manifestó: “Hermana María Ángeles, habría alcanzado la santidad, aunque no hubiera padecido el martirio”.



                                                  Sepulcro de las tres beatas.

Carmelitas Descalzas de San José
C/ Ingeniero Mariño, 8
19001 – Guadalajara
España

https://martiresdeguadalajara.net/

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