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domingo, 15 de junio de 2014

Sierva de Dios Mª Cristina de Jesús Sacramentado

Mª Cristina de Jesús Sacramentado (Cristina de los Reyes Olivera) de quien estamos incoando el Proceso de canonización en este día de su santo -de santa cristina de Bolsena, mártir del siglo III-, nació y fue bautizada en Sevilla en julio de 1890. Su padre se llamaba José y su madre Elisa.
                                                               Sus padres, José y Elisa.
                                                         Cristina con pocos años en Sevilla.
                                                           Parque de María Luisa, Sevilla.
                                                                                  Catedral de Sevilla.
                                                                     El río Guadalquivir a su paso por la Torre del Oro.

Ya en 1894 se encuentra la familia en Huelva, adonde se ha trasladado poco antes, buscando mejorar económicamente y prosperar en el trabajo de ebanistería en el que don José es un gran experto.
                                                     Cristina en la época de su estancia de Huelva.
En fecha desconocida recibe la primera comunión. En 1902 muere su madre Elisa. Al año siguiente se casa su padre con Dolores Olivera, hermana de su mujer anterior. De este matrimonio tiene tres hijos: dos hermanos y una hermana a los que Cristina amaba entrañablemente, desviviéndose por ellos.

                                                         Vista panorámica aérea de Huelva
                                                             Vista de Huelva
En 1913 muere el padre. Cristina comienza a trabajar en la fonda Ávalos de Huelva. A sus 26 años, en 1916 recibe el Sacramento de la Confirmación de manos del hoy ya beatificado el beato D. Manuel González García, hasta entonces arcipreste de Huelva y recién consagrado Obispo auxiliar de Málaga.En estos años (1918-1919) comienza Cristina a tomar como guía al padre agustino José Fariña, que se interesará grandemente por su bien espiritual. Martirizado en la persecución religiosa de 1936-1939 en España. Ya está introducida su causa.Hecho el discernimiento vocacional requerido con la ayuda del P. Fariña, entra Cristina en el convento de las Carmelitas descalzas de Ogíjares (Granada) el 24 de enero de 1921. La toma de hábito tiene lugar el 15 de agosto de 1921 y la Primera Profesión el 20 de agosto de 1922. La Profesión Solemne, el 21 de agosto de 1925.
                           Fachada y hornacina de la entrada al Carmelo descalzo de Ogíjares (Granada)
                                                                           La hermana Mª Cristina de postulante
                                                         Toma de hábito en Ogíjares
                                                                           La Hna. Mª Cristina, de novicia
                                                                         Hna. Mª Cristina de novicia sacristana
Después de 24 años en el convento granadino sale de Ogíjares el 30 de abril de 1946, siendo una de las seis descalzas que hacen la fundación del monasterio de la Santísima Trinidad de San Fernando, que se inauguró el 15 de octubre de 1946.
                                  Fachada del monasterio de la Santísima Trinidad, de San Fernando, Cádiz
                                              Patio claustral del monasterio de la Santísima Trinidad de San Fernando
Llena de años y de méritos y con fama de santidad muere en San Fernando el 24 de marzo de 1980, hace ahora 25 años.
                                             La Hna. Mª Cristina de cuerpo presente en el coro bajo.
La fama de santidad de Cristina sigue creciendo especialmente en estas tierras y se va propagando por el mundo.

El soporte auténtico de esa fama es el ejercicio de las virtudes que acompañaron su vida.

Su vida estuvo atravesada por enfermedades constantes, significándose por un deseo ardiente de ir a ver a Dios.
Su camino espiritual no fue nada fácil. Tenía bien asumido lo que le decía su madre Santa Teresa que “la vida del buen religioso y de los allegados amigos de Dios era un largo martirio” [Camino de Perfección 12,2].

A este “martirio” se sumaron las grandes pruebas y cruces que tuvo que vivir por varios motivos, entre otros, por la fama de santidad que la acompañaba desde antes de entrar en el convento, que la siguió dentro de la clausura y que fue una verdadera cruz para ella por andar en boca de las gentes. Al halo de santidad se añadía la fama de gracias extraordinarias, visiones, revelaciones, etc., y se añadía el inconveniente de visitas y más visitas de quienes la querían ver y consultar. Algunas disposiciones de los superiores y visitadores apostólicos le resultaban especialmente mortificantes. Hay que admirar su temple espiritual en medio de tantas tribulaciones: Dejó escrito: “Estoy contentísima con todo y veo en todas las cosas la mano de Dios.

No pierdo la presencia de Dios. Tengo una paz muy grande. Las humillaciones son el oxígeno de mi alma. Sin ver ni entender nada, nada más que por pura fe, de que Dios lo quiere me basta para estar contenta y alegre. Tengo lo que tanto he pedido desde hace dos años y medio: que me diera nuestro Señor toda calase de sufrimientos que en el mundo hubiera y nuestro Señor no se ha descuidado conmigo”.

Ni las pruebas espirituales ni las enfermedades lograron apagar la alegría característica en que vivía, ni erosionar su simpatía natural ni desdibujar su sonrisa interminable.


Las mercedes especiales de Dios hacia ella no la alienaban o apartaban de la preocupación espiritual por los hermanos, todo lo contrario. En su biografía hay un capítulo necesario que se titula: “Lo extraordinario en la vida de Cristina”.Al final del estudio detallado que allí se hace sobre el tema, se dice: 

«Cuando irrumpe en su vida ese mundo especial de lo “sobrenatural o preternatural” viene el Señor con nuevos auxilios y luces, porque así a él le place, para asociarla más y más y mejor a la Cruz de Cristo y hacerla experimentar la propia nada y para levantarla desde ese abismo a las alturas de la santidad. Famosa sí por estos fenómenos especiales, pero más famosa en razón de las virtudes que ha practicado y por ellas no por aquellos, subirá a los altares, si así lo quiere el Señor.»


Entre sus virtudes se señala el espíritu de oración, la laboriosidad, la sencillez y la humildad.

Es alguien llena de empatía, solícita por el bien de los demás, en especial por la vida cristiana de los suyos: hermanos, sobrinos, resobrinos.

Y como envolviéndolo y ungiéndolo todo sobresale su amor a Dios y al prójimo en los que se sustancia la verdadera santidad.
                                               Con la comunidad. Abajo a la izquierda
                                                                   Abajo en el centro.

Cristina no es ninguna doctora de la Iglesia; sus estudios fueron muy reducidos, pero con ese pequeño bagaje supo ser apóstol y consejera extraordinaria, como lo demuestra su epistolario. A su apostolado escrito hay que añadir el gran bien que hizo a tantas y tantas personas que acudían a ella: a lo que podríamos llamar su consulta espiritual.

De su presencia salían animados y consolados. Desde su “rudeza” alentaba eficazmente a ser santos.

A lo largo de su vid había formulado su gran lema: “Orar, callar y sufrir”, y sus tres amores: “La Eucaristía, la Virgen, la Cruz”.De este lema y de estos amores vivió en profundidad. De sus tres amores hay catequesis abundante en sus Cartas y otros pequeños escritos. Alma carmelitana de altura, encandila con su sonrisa interminable y con su mirada alegre ilumina a sus devotos y los anima a intimar con el Señor, a alimentarse con el Pan del cielo y robustecidos con él, empuja a abrazar la voluntad divina con generosidad.

Su acción benéfica se va extendiendo por el mundo, pero no olvida Cristina a sus familiares, a San Fernando y sus gentes, a sus conventos de Ogíjares, al de la Isla en el que reposa, no se olvida tampoco de Sevilla donde nació y la acristianaron, ni de Huelva donde se crió, ni de su Orden del Carmen Descalzo, ni de los sacerdotes por los que tanto oró y se sacrificó, siguiendo las huellas de Santa Teresa.


Para comunicar gracias, favores donativos, dirigirse a:

Madres Carmelitas descalzas
Monasterio de la Santísima Trinidad
C/ Real 224
San Fernando (Cádiz, España)
Tlfno.: 956 881 336

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