Su
infancia
Casa natal de sor María de Jesús en Ágreda (Soria).
Como Ávila, Loyola o Liseux, Ágreda, una pequeña villa
de la provincia de Soria, es un punto geográfico célebre en todo el mundo por
una persona de extraordinarios destinos que lo ha inmortalizado. Esa figura
excepcional es la Venerable Sor María de Jesús conocida, precisamente por el
lugar de su nacimiento como María de Ágreda o, también, como Madre
Ágreda.
Nace en Ágreda el 2 de abril de 1602, en la calle de las Agustinas. Sus padres se llamaban Francisco Coronel y Catalina de Arana. Concibieron 11 hijos, pero sólo cuatro sobrevivieron: Francisco, José, María y Jerónima.
En su árbol genealógico se cruzaban diversas procedencias. Su madre, Doña Catalina de Arana era de ascendencia vasca, con documentos de hidalguía que hasta el día de hoy se conservan en el archivo de las MM. Concepcionistas de Ágreda, procedente de la villa vizcaína de Izurza. El padre, Don Francisco Coronel era natural de Ágreda.
María de Jesús tuvo dos hermanos, Francisco y José. Ambos religiosos franciscanos. Como hermana, tuvo a Jerónima, que como ella, ingresó en la Concepción de Ágreda.
Dotada de excepcionales cualidades, en su niñez se mostró como mujer apocada y llena de complejos que nadie sabía explicarse. El misterio de todo estaba en que muy precozmente empezó a actuar Dios en ella con fenómenos de iluminación interior que le revelaba su nada, la vanidad de todas las cosas creadas y el pecado que reinaba en el mundo. Aprendió pronto a leer, lo que le granjeó el respeto de sus padres y hermanos.
A los 4 años de edad fue confirmada por el famoso obispo Mons. Yepes, biógrafo de santa Teresa de Ávila. A los 6 años recibió la primera comunión y a los 8 había hecho secretamente su voto de castidad.
Ya a los 12 años se inclinaba por la vida religiosa; intentó ingresar en las carmelitas descalzas de Tarazona. Lo suyo eran, sin embargo, las concepcionistas franciscanas descalzas, influida, quizá, por los franciscanos del convento de san Julián, sitio a las afueras de Ágreda. Cuando tenía 13 años sus dos hermanos entraron franciscanos.
Nace en Ágreda el 2 de abril de 1602, en la calle de las Agustinas. Sus padres se llamaban Francisco Coronel y Catalina de Arana. Concibieron 11 hijos, pero sólo cuatro sobrevivieron: Francisco, José, María y Jerónima.
En su árbol genealógico se cruzaban diversas procedencias. Su madre, Doña Catalina de Arana era de ascendencia vasca, con documentos de hidalguía que hasta el día de hoy se conservan en el archivo de las MM. Concepcionistas de Ágreda, procedente de la villa vizcaína de Izurza. El padre, Don Francisco Coronel era natural de Ágreda.
María de Jesús tuvo dos hermanos, Francisco y José. Ambos religiosos franciscanos. Como hermana, tuvo a Jerónima, que como ella, ingresó en la Concepción de Ágreda.
Dotada de excepcionales cualidades, en su niñez se mostró como mujer apocada y llena de complejos que nadie sabía explicarse. El misterio de todo estaba en que muy precozmente empezó a actuar Dios en ella con fenómenos de iluminación interior que le revelaba su nada, la vanidad de todas las cosas creadas y el pecado que reinaba en el mundo. Aprendió pronto a leer, lo que le granjeó el respeto de sus padres y hermanos.
A los 4 años de edad fue confirmada por el famoso obispo Mons. Yepes, biógrafo de santa Teresa de Ávila. A los 6 años recibió la primera comunión y a los 8 había hecho secretamente su voto de castidad.
Ya a los 12 años se inclinaba por la vida religiosa; intentó ingresar en las carmelitas descalzas de Tarazona. Lo suyo eran, sin embargo, las concepcionistas franciscanas descalzas, influida, quizá, por los franciscanos del convento de san Julián, sitio a las afueras de Ágreda. Cuando tenía 13 años sus dos hermanos entraron franciscanos.
La gran decisión familiar
Hacia el año 1615 los padres de sor María de Jesús, tomaron una decisión desconcertante para la población agredeña: Convertir el hogar doméstico en convento concepcionista. Todo sucedió de forma muy original: Catalina Arana había tenido una visión en que se le decía debía hacerse religiosa y convertir su casa en convento. Fue a consultar su revelación con su confesor que vivía en el convento franciscano de San Julián a extramuros de la Villa. Con increíble sorpresa, se le hizo encontradizo su propio confesor, en un lugar que todavía se señala en el término de los muros del Convento, que venía a hablarle de la visión que había tenido también él sobre la fundación querida por Dios. La cosa tenía todas las pruebas de origen divino.
Monasterio de la Purísima Concepción de Ágreda (Soria) donde vivió la futura santa.
Ella y sus dos hijas, permanecerían en la casa familiar convertida en convento; el cabeza de familia ingresaría franciscano; los otros dos hijos ya habían optado por la vida religioso- franciscana. Hubo sus más y sus menos en el seno de la familia, y también en el vecindario, que consideraba tal sueño como un agravio al matrimonio. Al final, triunfó el proyecto; y el 1 de marzo de 1618 se firma la escritura por la que los Coronel-Arana donan su hacienda para la nueva fundación.
Catalina Arana y sus hijas decidieron que la familia religiosa a la que se había de confiar la nueva fundación había de ser la orden contemplativa de la Inmaculada Concepción, y de la rama estricta de las recoletas o descalzas. El 8 de diciembre se celebra la primera misa en el improvisado convento y el 13 de enero de 1619 toman el hábito concepcionista María Coronel (cambiando su nombre de pila en Sor María de Jesús), su hermana Jerónima y Catalina, su madre. Francisco Coronel ingresa en el convento franciscano de San Antonio de Nalda.
Para abrir el proyectado monasterio y proceder a la erección canónica, vinieron del convento de San Luis de Burgos, tres religiosas concepcionistas que iniciaran a las aspirantes en el espíritu de santa Beatriz de Silva. La presencia de las monjas burgalesas en Ágreda duró cuatro años. Terminado el período de la formación de las primeras religiosas, regresaron a su monasterio de origen.
Para dar nuevos vuelos al monasterio agredeño, llaman las nuevas profesas a otro grupo de tres monjas del monasterio del Caballero de Gracia en Madrid. Al cabo de otros cuatro años regresan también éstas a Madrid.
El monasterio de Ágreda cuenta con suficientes elementos propios como para llevar adelante la plena observancia de la vida concepcionista recoleta.
La religiosa
María de Jesús de Ágreda. Maximino Peña
En 1620 hace la profesión y comienza toda la trayectoria de su vida mística, marcada también por la enfermedad, la tentación y otros "trabajos".
La vida de la M. Ágreda es impensable sin el marco de la clausura concepcionista. La orden de santa Beatriz la orientó hacia el misterio central de la Inmaculada Concepción, que había de ejercer en toda su vida una fascinación humanamente inexplicable.
La inexorable reclusión de la vida enclaustrada encauzó la fuerza poderosa de su inteligencia y de su voluntad hacia un crecimiento en dirección vertical. La estrechez del monasterio primero, reducido a los muros de la casa paterna, lanzó a la adolescente María de Jesús a una vida de superior expansión hacia la mística. Sus primeros años de religiosa se ven marcados por fenómenos religioso-místicos paranormales: éxtasis, raptos, arrobos, ingravidez....
Comenzó esta etapa a los 18 años aproximadamente. La forma que los trances místicos revistieron era la del éxtasis. La joven concepcionista permanecía inmóvil e insensible por espacio de dos o tres horas. El éxtasis venía acompañado de la levitación. Se elevaba sobre el pavimento y adquiría una levedad tan pasmosa, que un pequeño soplo podía mover en uno y otro sentido la masa ingrávida de su cuerpo. Se enardecía su rostro hasta tomar la forma de un verdadero serafín. Y estos arrobos llegaron a más del millar. Su confesor -Juan de Torrecilla- los divulgó indiscretamenete y las mojas fomentaban la publicidad. Mucha gente acudía verla en tal estado, el fenómeno duró hasta 1623: "fui al Señor- nos dice- y postrada ante su Ser inmutable, le dije que no me había de levantar hasta que me concediese quitarme todas las exteiroridades." A petición de la propia Venerable, Antonio de Villalacre, ministro provincial de Castilla (1620-1623), terció en el problema para poner fin a semejante exhibición.
Mas la cesación de las exterioridades trae una concentración de lo sobrenatural en el interior de la monja, la cual empieza a vivir unos fenómenos únicos de bilocación que le hacen actuar a distancia de miles de kilómetros.
El año 1627, a sus 25 años, es elegida abadesa, cargo en el que perduraría hasta su muerte, exceptuando el trienio 1652-1655. ¡35 años en total!. Su talante fué -al parecer- la prudencia, la eficacia, la suavidad, sin caer en la blandura. Facetas altamente simpáticas de su personalidad son la naturalidad, la sencillez, el carácter humano y afectuoso...
Su vida espiritual se desarrolló en tres etapas, a las que ella llamaba noviciados: la imitación de la Virgen María, la imitación de Cristo y la entrega de sí misma a Dios; cada uno de los procesos los ratificaba mediante una especia de profesión. Desarrolló principalmente las virtudes de ciencia, prudencia, mansedumbre, fe y penitencia.
La Dama de Azul
Evangelizando en Nuevo México, sin haber salido de su monasterio soriano. Dios
la concedió el don de la bilocación, es decir, permanece por un tiempo en dos
lugares diferentes con una misión cada una.
Sor María de Jesús, tenía un gran celo por “salvar almas para el Señor”; desde su más tierna edad, Dios le concedió tener una visión del alma en gracia santificante y del alma en pecado mortal que marcó totalmente su vida, desde ese momento María Coronel Arana ya no sería la misma. A partir de allí, su espíritu se encumbraría a buscar sólo a satisfacer a su Amado, a entregarse por entera a Él.
El Señor le favoreció con fenómenos exteriores, pero todos estos fenómenos místicos extraordinarios cesaron, para dar paso a una concentración de lo sobrenatural en su interior, el cual se manifestó con el fenómeno único de la bilocación que le hacía actuar a distancia de miles de kilómetros en las tierras americanas de Nuevo México. Era el año 1622. Sor María tenía sólo 20 años.
La bilocación que trasladó a Sor María desde su retiro de Ágreda sobre el Atlántico hasta América fue en su tiempo algo que causó el más grande estupor, no sólo en España sino en las mismas Indias, donde ha perdurado hasta nuestros días la fama de la dama azul del Oeste que evangelizara vasta zonas de Nuevo México.
Los obstáculos a la acción de los misioneros eran duros. Ante todo la hostilidad de las tribus indígenas, luego la dificultad de las lenguas autóctonas- diferentes y extrañas en su estructura-, las grandes distancias, etc. Es cuando se inician las inexplicables actuaciones de la legendaria “dama de azul” que prepara a los indios a la recepción del bautismo.
De estos sucesos dejó ella misma una narración: "Paréceme que un día, después de haber recibido a nuestro Señor, me mostró Su Majestad todo el mundo, y conocí la variedad de cosas criadas; cuán admirable es el Señor en la universidad de la tierra; mostrábame con mucha claridad la multitud de criaturas y almas que había, y entre ellas cúan pocas que profesasen lo puro de la fe, y que entrasen por la puerta del bautismo a ser hijos de la santa Iglesia. Dividíase el corazón de ver que la copiosa redención no cayese sino sobre tan pocos. Conocía cumplido lo del Evangelio, que son muchos los llamados y pocos los escogidos...
Entre tanta variedad de los que no profesaban y confesaban la fe, me declaró que la parte de criaturas que tenían mejor disposición para convertirse, y a que más su misericordia se inclinaba, eran los del Nuevo México y otros reinos remotos de hacia aquella parte. Él manifestarme el Altísimo su voluntad en esto, fue mover mi ánimo con nuevos afectos de amor de Dios y del prójimo, y a clamar de lo íntimo de mi alma por aquellas almas.” Era el ardor misionero de Sor María de Jesús.
Desde el año 1622 al 1625 se hizo presente, como evangelizadora, lo menos 500 veces -dice en las primeras declaraciones- en las provincias de Quiviras, Jumanas y otras zonas de Nuevo México (actualmente estas zonas se encuentran ubicadas en los estados de Nuevo México, Texas y Arizona de los Estados Unidos de Norteamérica) hasta que la fama que iban adquiriendo tales hechos le aconsejó pedir a Dios que cesaran estos dones, cosa que consiguió. Los indígenas le llamaban "la dama de azul", por el manto celeste de concepcionista que llevaba. Predicó a muchos el Evangelio y hasta sufrió una especie de martirio. Por entonces ya había misioneros franciscanos en aquellas regiones. Y sugirió a los indios que se presentaran a los misioneros para que, una vez evangelizados, toda la región pudiera recibir el bautismo. Se asombraron los misioneros de ver tanta gente dispuesta y comenzaron a indagar dónde podría vivir aquella "dama de azul" que decían los nativos.
El año 1630 Alonso Benavides vino a España, se dirigió al ministro general de los Frailes menores, Bernardino de Sena, y le refirió aquella historia de la evangelización de Nuevo México. Y como ya la conocía por otras referencias, le envió al convento de la Purísima Concepción de Ágreda para que comprobase la veracidad de tales revelaciones. Benavides atestiguó que la "dama de azul" no era otra que María de Ágreda y así lo consignó en sus memorias.
De estas bilocaciones se hizo un doble proceso de la Inquisición en los años 1635 y 1650.
Sor María de Jesús de Ágreda no sólo fue misionera ella, sino que fue sembradora de inquietudes misionales e inspiradora de vocaciones de grandes y santos misioneros. Conocemos del Beato Junípero Serra (1713-1784), el gran evangelizador y colonizador de California (EE.UU.), que llevaba siempre consigo la Mística Ciudad de Dios y que él continuaría en California, la obra comenzada por Madre Ágreda en Nuevo México. El Venerable José de Carabantes, (Fr. José Velázquez Fresnada, 1628-1694, cuya causa de beatificación se introdujo en 1910), debe su vocación misionera a María de Ágreda, quien le orientó e inculcó este gran servicio a Dios, al ir éste a consultarle sobre la voluntad del Señor en su vida; su misión se desarrollo en Cumaná (Venezuela). Fr. Antonio Margil de Jesús (1657-1726), evangelizador de México, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica y Texas, solía leer cada noche un capítulo de la Mística Ciudad de Dios.
En nuestros días María de Ágreda continúa inspirando la labor misionera en la Iglesia Católica. Hace más de 50 años el Padre James Flanagan, un sacerdote de la Arquidiócesis de Boston, leyó la versión en Inglés de la Mística Ciudad de Dios. Influenciado por el Evangelio y el libro de la MCD, fundó junto con el Padre John McHugh, la Sociedad de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, SOLT (por sus siglas en Inglés) oficialmente el 16 de Julio de 1958 en la Arquidiócesis de Santa Fe en Nuevo México. Desde su inicio ha tenido muchos seguidores, y actualmente esta Sociedad Apostólica expande su labor misionera en parte de América, Europa, Asia y Oceanía.
El Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, Monseñor Ángelo Amato, en una visita no oficial al Monasterio de Sor María de Jesús, recalcó ésta faceta misionera de la Madre Ágreda y exhortó a los feligreses a ser misioneros en el estado o vocación en la cual cada uno ha sido llamado por Dios.
La Dama de Azul sigue viva en el corazón de sus fieles devotos, quienes le profesan una gran devoción, no por lo “extraordinario o sobrenatural” de sus bilocaciones, sino por el amor con que anunció y sigue anunciando el Evangelio: “las maravillas que Dios hace con los hombres”(Sal 106).
La abadesa
A Preladinha
Sor María de Jesús fue nombrada abadesa el 19 de marzo de 1627, luego de que regresaran a Madrid las monjas fundadoras del convento del Caballero de Gracia; por no haber cumplido aún los 25 años de edad, hubo de pedir dispensa papal.
Al ser nombrada abadesa, cargo que, Madre Ágreda, aceptó porque la obediencia se lo imponía, lo primero que hizo fue colocar en la silla principal del coro (capilla del convento) una imagen de nuestra Señora de la Concepción, a quien llamó Abadesa y Superiora del monasterio, reservándose para sí el título de vicaría y sustituta. Puso a los pies de la imagen de la Virgen, como signo de ser su “Prelada” el libro de la Regla y Constitución de la Orden y el sello del convento, es por ésta razón por la que, a esta imagen, le llaman cariñosamente las religiosas “La Preladita”.
También, se comienza la edificación del nuevo monasterio a las afueras de la Villa, aunque si bien es cierto que, ya desde 1624, se contaba con el terreno, la construcción comenzó cuando Madre Ágreda asume el cargo de abadesa. Aunque con medios escasos, la obra duró sólo siete años, ya el 10 de junio de 1633, con “gran regocijo de la Villa” se trasladaron las religiosas de la antigua casona al nuevo monasterio. Todos se admiraban de ver cómo “una pobre religiosa, descalza y tan destituida de medios humanos emprendiese y concluyese en tan pocos años una fábrica tan grande como un convento e iglesia, todo de planta y de los más aliñados y curiosos que puede decirse...” María de Ágreda era una mujer de grandes obras a pesar de que ella siempre quiso estar oculta en la soledad de su celda.
En el año 1652 se llevó a cabo la fundación del Monasterio de la Concepción de Borja, la Madre Ágreda escribía animando y consolando a las cuatro hermanas fundadoras para que siguieran adelante la obra comenzada por el Señor. El monasterio de Tafalla, actualmente en Huarte (Pamplona), y el monasterio de Estella, en Navarra, se fundaron después de la muerte de Sor María de Jesús en los años de 1671 y 1731, respectivamente, por la gran devoción que profesaban las fundadoras a la Madre Ágreda.
Pero, veamos un poco el talante de Sor María de Jesús como abadesa. El ser nombrada abadesa representó para ella tal quebranto, temor, humildad y confusión, que no cesaba de llorar, y siempre que recordaba que lo era, lloraba y se afligía. No obstante, gobernó con celo, observancia, discreción y prudencia; los frutos se veían en: una comunidad llena de fervor espiritual y provista en sus necesidades materiales.
Una de las mayores preocupaciones de Madre Ágreda, fue el cuidado espiritual de sus religiosas; esto le hacía sufrir muchísimo porque ella deseaba que todas llegaran a una unión espiritual con Dios, no por vanagloria, sino por el bien de sus almas: “El mayor trabajo de mi oficio, escribe Sor María, es que mis deseos de la perfección de las religiosas exceden a lo que ellas pueden obrar, y que yo las quiero regular y medir con la luz, doctrina y enseñanza altísima que el Señor me ha dado.” “Y como no es posible conseguirlo, y soy vehemente en los afectos, vivo crucificada, lastimada” “Sólo me podía consolar o detener el que eran mejores que yo, y que en todo me llevan ventajas; pero la caridad y celo, no sé qué se tiene que no se sosiega por el servicio de Dios y bien del prójimo.” Por eso no perdía ocasión de amonestarlas con pláticas, doctrinas; les hacía desafíos después que salían de los ejercicios espirituales para enfervorizarlas. Aprovechaba las conferencias, la recreación, para estimularlas a la practica de las virtudes, especialmente de la caridad para con Dios y con el prójimo. Escribió muchos avisos para que adelantasen en la santidad; y, sobre todo, pasaba muchas noches en oración pidiendo a Dios no permitiese que ninguna de las religiosas jamás se desviase del camino de la virtud.
Con el mismo celo de la salvación de las almas las asistía estando enfermas o próximas a morir. Visitaba y consolaba a las enfermas y procuraba que nada les faltase. Ella misma las alimentaba, las curaba y limpiaba. A las que estaban en el artículo de la muerte, además de asegurarse que les fueran suministrados los Sacramentos, les asistía continuamente en su cabecera, encendiéndolas en amor de Dios y contrición de sus culpas, para que tuvieran grandes deseos de ver al Señor y gozarle en la patria celestial.
Y por último, en la distribución de los oficios nunca miraba a las personas sino a los meritos. Sin acepción de personas daba los cargos a aquellas religiosas que en presencia de Dios creía más convenientes, hasta tal punto se portó con igualdad que jamás hubo ninguna murmuración por parte de las religiosas.
La Madre Ágreda dirigió la comunidad y el monasterio de tal manera, que ocupó el cargo de abadesa durante diez años por nombramiento directo de los Superiores Religiosos y, luego desde que en 1638, se le concediese a la comunidad derecho de elección, fue elegida trienio tras trienio hasta su muerte (1665). Sólo se interrumpió la cadena para el trienio 1652-1655, en el que ella misma consiguió del Nuncio, Julio Rospigliosi, que se negase la dispensa de la reelección.
La Escritora
En los siglos XVI y XVII, la sociedad era contraria a que una mujer escribiera, mejor dicho, las mujeres tenían pocas oportunidades para expresarse y su condición estaba por muy debajo de la figura masculina. El convento a pesar de que, las religiosas, estuviesen sujetas a ciertos controles y a la autoridad de sus superiores o confesores, ofrecía un lugar ideal para desarrollar y cultivar las cualidades literarias y culturales. Uno de los casos más destacados del siglo XVI, fue santa Teresa de Jesús de Ávila, insigne escritora castellana. Esta mujer tomó la pluma y plasmó con ella destacadas obras de la mística y, sobre todo, con su autobiografía, la Santa de Ávila fue modelo y ejemplo para muchas otras figuras femeninas. Sor María de Jesús de Ágreda fue una de éstas.
Sor María de Jesús está considerada dentro de las primeras escritoras españolas, tanto en el campo de la mística como en la literatura. En el año 1726, la Real Academia Española incluyó a Sor María en el primer Diccionario de Autoridades. A decir de Emilia Pardo Bazán: “La Venerable de Ágreda merece figurar entre nuestros clásicos por la limpieza, fuerza y elegancia de la dicción; entre nuestros teólogos por la copia y alteza de la doctrina; entre nuestros escriturarios por la lucidez de la interpretación.”
La M. Ágreda, fue una mujer con una inteligencia luminosa y, sobre todo, con un corazón apasionado, profundamente enamorado de Dios, esto lo vemos plasmado en todos sus escritos, hasta en las cartas dirigidas al Rey Felipe IV. Fue una escritora fecundísima, autora de una serie de obras y cartas de diversos matices, algunos con enseñanzas admirables de política, siempre con un sentido completamente cristiano y moderno. Otras con contenido místico, donde se pueden ver sus méritos de escritora mística, de fuerza, inspiración, de virtud creadora. Esto se debió en parte a que, a medida en que María de Ágreda fue evolucionando en las diferentes etapas de la vida espiritual y mística, sus escritos iban adquiriendo más madurez. Por ejemplo, sus primeros escritos son de un estilo más juvenil, más vivos, más sencillos, más expresivos; si bien exponen ya las ideas y frases con el orden admirable de su “varonil” y disciplinado entendimiento.
Sin embargo, Sor María no es una escritora por el sólo hecho de serlo, es decir, la mayoría de sus escritos, fueron redactados por la obediencia de la Madre Ágreda a sus confesores y directores espirituales y por supuesto, por mandato divino. Muchos de sus grandes obras, no hubiesen existido sino es porque Sor María veía en los mandatos de sus confesores la voluntad de Dios, por lo cual no podía resistirse a las órdenes de sus prelados. Ella, misma nos lo dice en su más destacada y gran obra, la Mística Ciudad de Dios:
“Esta divina Historia, como en toda ella queda repetido, dejo escrita por la obediencia de mis prelados y confesores que gobiernan mi alma, asegurándome por este medio ser voluntad de Dios que la escribiese y que obedeciese a su beatísima Madre, que por muchos años me lo ha mandado; y aunque toda la he puesto a la censura y juicio de mis confesores, sin haber palabra que no la hayan visto y conferido conmigo, con todo eso lo sujeto de nuevo a su mejor sentir y sobre todo a la enmienda y corrección de la Santa Iglesia católica romana, a cuya censura y enseñanza, como hija suya, protesto estar sujeta, para creer y tener sólo aquello que la misma a santa Iglesia nuestra Madre aprobare y creyere y para reprobar lo que reprobare, porque en esta obediencia quiero vivir y morir. Amén.”
Según los entendidos en la materia, estas características de escribir por mandato divino y en obediencia a los confesores, era común en la época debido a la condición de inferioridad en las que se encontraba la mujer, esto le confería cierta autoridad a su escritura.
Sin embargo, “la escritura de María de Ágreda entra, como toda su vida, en el mismo proceso de obediencia radical. Para ella escribir fue una de sus principales penitencias.” (François Bonfils). Esto se ve palpable en la Mística Ciudad de Dios. Sor María, se resistió por espacio de diez años a escribir esta obra, en cuanto hubo escrito la primera versión, por obediencia a un confesor anciano, decididamente contrario a que las mujeres se pusieran a escribir de cosas teológicas, quemó todo el manuscrito. Sólo doce años después, por mandato de otro confesor, el P. Andrés de Fuenmayor, emprendió bajo su obediencia, la segunda redacción de la vida de la Virgen, en torno al año 1655, quedando concluida el 6 de mayo de 1660.
María Coronel Arana, es también, una escritora que investiga los temas que va a tratar; que pregunta, que no se queda con las dudas. Como lo haría cualquier escritor contemporáneo. Poseía una bibliografía abundante, que aún se conserva en su monasterio. Es una escritora que habla de lo que sucede en su época y de las corrientes que están en boga en el tiempo en que le toca vivir. No podría ser de otra manera, cualquier escritor está influenciado por su entorno, de ahí que en ocasiones resulte un poco difícil leer a esta mujer, pues, Sor María de Jesús, vivió en el Barroco. Una de las características más comunes en la literatura del Barroco era escribir con estilo elegante, “sublime”, por esto el lenguaje que utiliza María de Ágreda en sus escritos suele ser muy elevado y muy adornado, tal como sucede con el arte del Barroco.
Pero, si quitamos todo ese ropaje del Barroco, nos encontraremos con páginas hermosas, llenas de mensajes que hablan al corazón y cantan las más bellas alabanzas al Señor y a la Virgen María. Es lo único que quiso Sor María, glorificar a su Creador y honrar a María Inmaculada. Y para ello sus escritos fueron una fuente arrolladora. Quiera Dios que el lector de sus obras se acerque a ellas no sólo buscando conocer a esta mujer sino también buscando conocer a Aquel que fue su máxima inspiración.
Para finalizar, reproducimos textualmente unas palabras que escribió el P. Andrés Ocerín Jáuregui, en ocasión al III Centenario de Sor María de Jesús de Ágreda en 1902, publicadas en Tarazona. El P. Ocerín nos describe hermosamente algunas de las características del estilo literario de dos mujeres que son grandes místicas y escritoras españolas.
“Cada autor imprime en sus escritos el sello propio que suele revelarnos, no solamente el carácter moral, sino también la constitución física, la educación, y aun la clase de vida que ha llevado: y así Santa Teresa y María de Jesús hacen del papel el confidente de sus almas, a él confían sus secretos más íntimos, le explican los más delicados sentimientos del corazón y en él nos dejan el fiel retrató de su gran espíritu.
Teresa es la personificación del amor espiritual que abrasa, que ciega, que vuela, que prorrumpe en fuertes gemidos así que pierde de vista a su Amado, que se alboroza y salta de alegría al encontrarle.
Sor María de Ágreda es la encarnación del amor que alienta, que discurre, que anda siempre reflexivo, pausado y quieto, que se adormece en la dicha, que languidece en la contrariedad: María es el ángel temporalmente desterrado del Cielo, que alaba y abraza a Dios en poseyéndolo, y suspira como tórtola al perderle de vista.
Teresa ve a Dios y quiere poseerle. Sor María lo ve y quiere ganarlo. María de Jesús para gozar a Cristo, quiere imitarle, y para esto se mortifica. Teresa va a la mortificación para estar unida con él. María de Ágreda va en busca de Jesús. Teresa le sale al encuentro. María le adora. Teresa le abraza. María reza. Teresa canta. Ésta es más alegre; María más grave y severa. Ésta es más retirada y silenciosa; Teresa más resuelta. María ha estudiado el mundo; Teresa lo ha sorprendido. Teresa tiene más sentimiento; María más entendimiento. Teresa es una mujer sin igual; María es un hombre por su rara madurez y gravedad.
En sus escritos, como en sus caracteres, Teresa es apasionada, impetuosa, agitada y traviesa; Sor María es reposada sin abandono, activa sin agitación, afanosa sin inquietud.
Sor María discurre, convence, persuade y agrada; Teresa seduce y arrastra. María es filósofa y teóloga eminente; Teresa es más poeta: de aquí es que hallamos en sus obras interrupciones sin cuento, da rienda suelta a la imaginación y pasa a lo mejor de una explicación filosófica a una poesía vehemente; parece que nada le importan el método, el orden y el estilo, y, sin embargo, sus escritos resultan hermosos sin comparación; siente y escribe. María de Ágreda mantiene, en cambio, un orden perfecto, pasa de un punto a otro, demostrando de antemano la trabazón que mutuamente mantiene; analiza el valor de las palabras con todo cuidado, y, a pesar de ser más científica, sabe dar amenidad, curiosidad y una hermosura sin igual a sus libros. María de Jesús siente, pero antes de escribir medita.”
La Consejera
Otra faceta de Sor María de Jesús de las que se ha
escrito muchísimo y, ha sido tema de largas ponencias y debates, es la de
Consejera, especialmente, la que ejerció en favor del rey Felipe IV, si bien no
se limita sólo a este personaje.
El 10 de julio de 1643, en Ágreda, se presentó por primera vez, nada menos que, el rey de España, Felipe IV. María Coronel Arana contaba 41 años de edad, y el Rey hacía pocos meses que se había desprendido del valido Conde-Duque de Olivares que por espacio de 20 años había dirigido toda su política. Por causa de la sublevación de Cataluña, el Rey se vio obligado a visitar a los escenarios de la guerra; y es así, como en ruta a Zaragoza quiso desviarse a Ágreda para conocer a Sor María. Tras el encuentro histórico se inicia una profunda estima y amistad entre el Rey y María de Ágreda, que tendría para ésta, el sentido de una responsabilidad apostólica de nuevo tipo. En efecto, desde el primer momento, Sor María asumió el peso de una singular protección sobrenatural sobre la casa real española.
Felipe IV deja dicho a la Madre Ágreda que le escribiera: “Pasó por este lugar y entró en nuestro convento el rey nuestro Señor, a 10 de Julio de 1643, y dejóme mandado que le escribiese”, escribe Sor María. Esta correspondencia epistolar durará 22 años, hasta la muerte de María de Ágreda (1665). Fueron 618 cartas entre ambos en total. La primera carta escrita por Sor María lleva fecha de 16 de julio; y la primera del Rey es del 4 de octubre de 1643.
En el primer encuentro la Abadesa habló ya al rey de la Mística Ciudad de Dios, pues estaba redactando la primera versión de la misma. Luego, el 19 de abril de 1646 pasó nuevamente por Ágreda el Soberano con su hijo, el príncipe Baltasar Carlos, y después de la muerte de éste, pasó por tercera y última vez, a visitar a Sor María, el 5 de noviembre del mismo año.
Con respecto a la influencia que ejerció Sor Maria de Jesús sobre el Rey Felipe IV, Francisco Silvela, nos dice lo siguiente:
“Permaneció (Sor María) ajena á toda intriga ó personal ingerencia en sucesos políticos, á despecho de las facilidades que le brindaron las circunstancias, y de los intentos que para utilizar su influencia sobre el ánimo del Rey descubren, en más de una ocasión, amigos y allegados.
Apenas se encuentra en el personaje histórico á la mujer, con vida propia, con personales aspiraciones de secta ó de peculiar interés ó pensamiento, como acostumbran tener todos aquellos, que con fines diversos, influyen en la dirección política de las sociedades; era la pura encarnación de la doctrina cristiana, aplicada al gobierno del pueblo español en el siglo XVII, el órgano de una inspiración que debía pasar de Dios al Rey, conmoviendo su alma, y dirigiendo su pluma, sin poner ella otra labor propia, que su pureza de intención y vida, para servir como menudo instrumento á los fines eternos de Dios y su Iglesia, que debían ser secundados por una Monarquía sujeta á los preceptos del Evangelio, en sus medios y en sus fines, y destinada, en primer término, á defender la verdad católica, y conservarla.”
Y es que para Sor María su misión principal era infundir ánimos en el Rey, así como fortalecer la voluntad y la conciencia del Soberano y, por supuesto, le movía el celo por salvar el alma del Felipe IV y de toda la Monarquía. No podía haber en ella doblez de corazón.
Además de la casa real española entró en contacto con la nobleza de países europeos como Francia, Alemania, Italia y América.
Sor María de Jesús también mantuvo correspondencia con el Virrey Don Fernando de Borja y otros elevados personajes de Zaragoza y de Aragón. El Papa Alejandro VII le quedó muy reconocido por la carta que le dirigió. El Nuncio de S.S. Julio Rospigliosi, futuro Papa Clemente IX, visitó personalmente a Sor María, de la cual fue un sincero admirador. Obispos, arzobispos, cardenales, eran corresponsales suyos o confidentes espirituales. Acuden a ella teólogos y hasta el General de la Orden de la Merced.
Pero, Sor María de Jesús no sólo fue confidente o consejera de personajes importantes, no. Al torno de su convento se acercaban todo tipo de personas, pobres, necesitados, mujeres, mendigos, etc., ninguna de estas personas se alejaban sin un consuelo, sin una palabra de aliento sin una ayuda espiritual o bien material de nuestra Madre Ágreda, pues la caridad era su principal virtud y el celo por los pobres y los necesitados, su bandera. Y es que esta mujer es como ella misma dice: “una indigna sierva del Señor” que sólo deseaba servir a su santo Creador.
El 10 de julio de 1643, en Ágreda, se presentó por primera vez, nada menos que, el rey de España, Felipe IV. María Coronel Arana contaba 41 años de edad, y el Rey hacía pocos meses que se había desprendido del valido Conde-Duque de Olivares que por espacio de 20 años había dirigido toda su política. Por causa de la sublevación de Cataluña, el Rey se vio obligado a visitar a los escenarios de la guerra; y es así, como en ruta a Zaragoza quiso desviarse a Ágreda para conocer a Sor María. Tras el encuentro histórico se inicia una profunda estima y amistad entre el Rey y María de Ágreda, que tendría para ésta, el sentido de una responsabilidad apostólica de nuevo tipo. En efecto, desde el primer momento, Sor María asumió el peso de una singular protección sobrenatural sobre la casa real española.
Felipe IV deja dicho a la Madre Ágreda que le escribiera: “Pasó por este lugar y entró en nuestro convento el rey nuestro Señor, a 10 de Julio de 1643, y dejóme mandado que le escribiese”, escribe Sor María. Esta correspondencia epistolar durará 22 años, hasta la muerte de María de Ágreda (1665). Fueron 618 cartas entre ambos en total. La primera carta escrita por Sor María lleva fecha de 16 de julio; y la primera del Rey es del 4 de octubre de 1643.
En el primer encuentro la Abadesa habló ya al rey de la Mística Ciudad de Dios, pues estaba redactando la primera versión de la misma. Luego, el 19 de abril de 1646 pasó nuevamente por Ágreda el Soberano con su hijo, el príncipe Baltasar Carlos, y después de la muerte de éste, pasó por tercera y última vez, a visitar a Sor María, el 5 de noviembre del mismo año.
Con respecto a la influencia que ejerció Sor Maria de Jesús sobre el Rey Felipe IV, Francisco Silvela, nos dice lo siguiente:
“Permaneció (Sor María) ajena á toda intriga ó personal ingerencia en sucesos políticos, á despecho de las facilidades que le brindaron las circunstancias, y de los intentos que para utilizar su influencia sobre el ánimo del Rey descubren, en más de una ocasión, amigos y allegados.
Apenas se encuentra en el personaje histórico á la mujer, con vida propia, con personales aspiraciones de secta ó de peculiar interés ó pensamiento, como acostumbran tener todos aquellos, que con fines diversos, influyen en la dirección política de las sociedades; era la pura encarnación de la doctrina cristiana, aplicada al gobierno del pueblo español en el siglo XVII, el órgano de una inspiración que debía pasar de Dios al Rey, conmoviendo su alma, y dirigiendo su pluma, sin poner ella otra labor propia, que su pureza de intención y vida, para servir como menudo instrumento á los fines eternos de Dios y su Iglesia, que debían ser secundados por una Monarquía sujeta á los preceptos del Evangelio, en sus medios y en sus fines, y destinada, en primer término, á defender la verdad católica, y conservarla.”
Y es que para Sor María su misión principal era infundir ánimos en el Rey, así como fortalecer la voluntad y la conciencia del Soberano y, por supuesto, le movía el celo por salvar el alma del Felipe IV y de toda la Monarquía. No podía haber en ella doblez de corazón.
Además de la casa real española entró en contacto con la nobleza de países europeos como Francia, Alemania, Italia y América.
Sor María de Jesús también mantuvo correspondencia con el Virrey Don Fernando de Borja y otros elevados personajes de Zaragoza y de Aragón. El Papa Alejandro VII le quedó muy reconocido por la carta que le dirigió. El Nuncio de S.S. Julio Rospigliosi, futuro Papa Clemente IX, visitó personalmente a Sor María, de la cual fue un sincero admirador. Obispos, arzobispos, cardenales, eran corresponsales suyos o confidentes espirituales. Acuden a ella teólogos y hasta el General de la Orden de la Merced.
Pero, Sor María de Jesús no sólo fue confidente o consejera de personajes importantes, no. Al torno de su convento se acercaban todo tipo de personas, pobres, necesitados, mujeres, mendigos, etc., ninguna de estas personas se alejaban sin un consuelo, sin una palabra de aliento sin una ayuda espiritual o bien material de nuestra Madre Ágreda, pues la caridad era su principal virtud y el celo por los pobres y los necesitados, su bandera. Y es que esta mujer es como ella misma dice: “una indigna sierva del Señor” que sólo deseaba servir a su santo Creador.
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